Tabla de contenidos [Mostrar]
Las Emociones: Esas Grandes Desconocidas Que Viven en Nosotros
Si algo he aprendido acompañando a tantas personas en sus procesos de cambio y crecimiento —y, por supuesto, mirándome honestamente por dentro tantas y tantas veces— es que la mayoría de nosotros vivimos habitualmente desconectados de lo que realmente sentimos. Vamos por la vida funcionando en piloto automático, resolviendo problemas, cumpliendo tareas, avanzando hacia metas externas… pero a menudo sin saber muy bien qué se mueve en nuestro paisaje interior, qué emociones nos habitan en cada momento.
Y es que las emociones son como ese huésped silencioso pero influyente que vive permanentemente en nuestra casa interior, pero al que casi nunca saludamos, escuchamos o intentamos comprender de verdad.
Nos habitan constantemente. Nos condicionan en nuestras decisiones y reacciones. Nos guían (aunque no seamos conscientes de ello). Y, sin embargo, para muchos, siguen siendo unas grandes desconocidas.
¿Por Qué Nos Cuesta Tanto Mirar de Frente Nuestras Emociones?
Principalmente, porque no nos enseñaron a hacerlo. Más bien al contrario. Porque muchas veces, cuando éramos pequeños y expresábamos nuestras emociones de forma natural, alguien (padres, maestros, la sociedad en general) nos dijo directa o indirectamente:
“Los niños (o los hombres) no lloran”,
“No te enfades por esa tontería”,
“Eso no es para tanto, no seas exagerado/a”,
“Tienes que ser fuerte”,
“Pasa página y anímate ya”.
Y así, poco a poco, fuimos aprendiendo a esconder lo que sentíamos para ser aceptados, a negarlo incluso ante nosotros mismos, a disfrazarlo con una sonrisa forzada… o a guardarlo tan profundamente que ya ni siquiera sabemos que está ahí, pulsando bajo la superficie.
Pero las emociones reprimidas o ignoradas no desaparecen por arte de magia. Solo se transforman. A menudo, se hacen cuerpo: se manifiestan en un dolor de estómago recurrente, en una contractura crónica en el cuello, en un insomnio persistente, en problemas de piel, en fatiga inexplicable.
O se convierten en reacciones desproporcionadas que no entendemos: una rabia que explota sin aviso previo ante algo pequeño, una tristeza profunda que nos invade sin motivo aparente, una ansiedad generalizada que nos aprieta el pecho y nos roba la calma.
Y entonces decimos, confundidos: “No sé qué me pasa últimamente”.
Pero en el fondo, muy en el fondo, sí lo sabemos. O podríamos saberlo. Solo que hace tiempo que no nos escuchamos con atención y compasión.
Las Emociones Son Brújula, No Enemigo
Cada emoción básica, incluso las que consideramos "negativas" o incómodas, tiene un mensaje importante y una función adaptativa:
- El miedo nos protege de peligros reales o imaginarios.
- La tristeza nos invita a soltar lo que ya no es, a procesar pérdidas, a recogernos.
- La alegría nos conecta con la vida, con lo que nos nutre, con la expansión.
- La rabia nos señala límites que han sido cruzados, injusticias, necesidades no cubiertas.
- La culpa (la sana, no la tóxica) nos empuja a reparar el daño causado y a aprender.
- El amor nos conecta, nos une, nos motiva a cuidar.
Cuando aprendemos a mirarlas con respeto —no con juicio inmediato—, descubrimos que no vienen a fastidiarnos la vida gratuitamente, sino a enseñarnos algo valioso sobre nosotros mismos y nuestra relación con el mundo.
Las emociones no son un error del sistema humano. Son parte esencial de nuestra sabiduría interna. Son el lenguaje directo del alma.
Aprender a Sentir: Un Acto de Valentía y Autoconocimiento
Me he dado cuenta, en mi propio camino y en el de otros, que simplemente permitirse sentir es un acto de enorme coraje en nuestra sociedad actual. Es mucho más fácil (a corto plazo) distraerse con el móvil, huir hacia el trabajo excesivo, fingir que todo está bien.
Pero cuando te detienes un momento, respiras hondo y te preguntas con genuina curiosidad: “A ver… ¿qué estoy sintiendo realmente ahora mismo, debajo de todo el ruido mental?”, algo poderoso empieza a moverse dentro.
Y aunque a veces la respuesta duela o incomode, también alivia. Libera. Clarifica.
Porque no hay emoción intrínsecamente mala. Lo que puede generar daño (a nosotros o a otros) no es lo que sentimos, sino lo que hacemos (o dejamos de hacer) con eso que sentimos.
Las emociones no son el enemigo a vencer.
Son el lenguaje olvidado del alma.
Y cuando aprendemos a escucharlas con paciencia y cariño,
por fin empezamos a escucharnos de verdad a nosotros mismos.
Y esa, quizás, sea la conversación más importante de nuestra vida.
Con el alma abierta,
Martín